Es una de las profesiones más mitificadas del mundo, (Sabina la evocaba en “El Pirata cojo”). Uno de los taxistas que me ha “manejado” esta vez en Manhattan se llamaba Alberto, nicaragüense, rondando la cincuentena. Un tipo que parecía feliz, y que presumía de ser dueño de su propia licencia. “Pagué por ella hace 15 años 150.000 dólares, ahora te la vendo si quieres por 500.000, es lo que piden). El coche, un Ford, por supuesto, es también suyo. Y como le va bien, por la noche no se lo alquila a nadie. Ni tampoco cuando llegan las vacaciones. Este año en San Francisco. Se fue de Nicaragua con los sandinistas y ya es un “niuyorican”.
En el otro lado, está Mohamed, argelino, que esta mañana me movió también la ciudad. Está estudiando electrónica y conduce para vivir, “pago 150 dólares al día, el gasóleo y las pastillas de freno y lo que saque para mí”. También parece contento, hablando constantemente con su bluetooth, y preguntándome por Inditex y Cepsa. Ahí es nada. “¿Te gusta el raí”. Claro, amigo, me encanta Cheb Khaled. Suerte.
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