Deambulo por las rondas de Paris. Llevo una hora visitando la exposición We want Miles, organizada en la Cité de la Musique. Tras la visita, frente a las boquillas de su trompeta Martin (modelo Magna), las sordinas, las viejas fotos con su Ferrari rojo, la chupa multicolor de Versace, me quedó triste imaginando el final. Nunca tuve la ocasión de verle tocar. La heroína, los standards (¿Time after time?), la alopecia... sus enseres bailan jazz entre las letras de las cartas mecanografiadas al tiburón Clive Davis de la Columbia Records, pidiendo más pasta, más adelantos, más royalties.
Los japoneses enviando ofertas a 10.000 dólares el concierto. La paliza que le dieron en Birdland- hoy templo del jazz desvirtuado por los turistas de Manhattan- el entierro de Jimi Hendrix con Miles como sumo sacerdote. Pienso en la máquina del tiempo, en la posibilidad de haberle escuchado, loco por el electro funk en el Festival de Newport en 1973. En sus trajes, y en su padre, cirujano dental de la burguesía afroamericana. Y en los franceses, que hacen exposiciones como esta, deliciosa. En una de sus ultimas entrevistas, ya no se corta. Ni siquiera su mano es capaz de sujetar un cigarrillo. Sus dedos están reventados de tocar la trompeta. Miles, ¿por qué no cruzas los pirineos?Vente, que aquí, hace sol.
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