Al Italia está constanmente en quiebra pero el avión con el que sobrevuelo los Álpes rumbo a Madrid reluce como el regalo de un niño. Impecable. Nunca había tenido la oportunidad de estrenar un avión. Claro que no soy el único. La primera sensación es el olor. El avión no huele como un coche nuevo. No huele a nada.
La segunda impresión frente a la pantalla de mi asiento la bacaladera que acaba de ser incorporada por los fabricantes para que el pasajero se deje toda la pasta que pueda durante el vuelo en llamadas telefónicas, Internet (de NY a L.A. ya puedes surfear con tu laptop por unos pocos dólares) y videojuegos. Pronto llegará el pay per view para los estrenos.
Abajo los Alpes, relucientes al sol de Abril. Eso si que es diseño, ya lo quisiera Tortona.
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