Puños de mantequilla
A riesgo de perder sex appeal (o quizá con la intención de ganarlo) debo confesar que jamás me he peleado (a hostias, me refiero) con nadie. Ni un mísero empujón. Tengo puños de mantequilla. Y sin embargo, el boxeo siempre ha estado cerca de mí. De niño, estreché la Copa del Mundo de los superwelters que José Durán ganó para España en 1976 frente al japonés Koichi Wajima por K.O. en el 14º asalto. Franco llevaba seis meses frío, yo tenía once años; y ya me las agenciaba para ir a repasar matemáticas a casa de un compañero de clase cuyo padre ejercía de mánager del campeón.
Hoy, no hay semana que no coincida con el cubano José Legrá, ex campeón del peso pluma en 1968, que mantiene el charme de entonces y que ahora es el campeón del barrio (que se lo digan a las cajeras del súper, que le dejarían llevarse la compra gratis; ¡menuda labia tiene!). Justo lo contrario que Perico Fernández, cuya tartamudez nos puso inmediatamente de su lado –a mi viejo y a mí– al frente de la vieja Philips del 74, en blanco y negro, cuando se proclamó Campeón del Mundo de los superligeros. Y me acuerdo de Urtáin, Campeón de Europa del peso pesado en los años 70 y de los huevos que le echó Alfredo Evangelista, que aguantó a Muhammad Alí hasta el último asalto y cayó por puntos. ¿Por qué coño Pedro Carrasco, El Marinero de los Puños de Oro, (Campeón de del Mundo de peso ligero en 1971) acabó sus días en la prensa rosa? Y qué decir de Poli (Policarpo) Díaz, Campeón de Europa de peso ligero en el 87, que pasó –como la mayoría en este deporte tan cabrón– de la gloria al lado oscuro.
¿Qué habría sido del boxeo si los diarios de la democracia no lo hubieran expulsado de sus crónicas? Nunca fui a un combate, pero padezco el virus de la mitomanía: Toro Salvaje es mi película favorita y espero ansioso que eBay me mande el número original que Alí hizo para Esquire. Además, siempre soñé con ser speaker: “¡Señoras y señores, en aquel rincón... el Esquire del mes de mayo! ¡Que empiece el combate...!”. Gong.
A riesgo de perder sex appeal (o quizá con la intención de ganarlo) debo confesar que jamás me he peleado (a hostias, me refiero) con nadie. Ni un mísero empujón. Tengo puños de mantequilla. Y sin embargo, el boxeo siempre ha estado cerca de mí. De niño, estreché la Copa del Mundo de los superwelters que José Durán ganó para España en 1976 frente al japonés Koichi Wajima por K.O. en el 14º asalto. Franco llevaba seis meses frío, yo tenía once años; y ya me las agenciaba para ir a repasar matemáticas a casa de un compañero de clase cuyo padre ejercía de mánager del campeón.
Hoy, no hay semana que no coincida con el cubano José Legrá, ex campeón del peso pluma en 1968, que mantiene el charme de entonces y que ahora es el campeón del barrio (que se lo digan a las cajeras del súper, que le dejarían llevarse la compra gratis; ¡menuda labia tiene!). Justo lo contrario que Perico Fernández, cuya tartamudez nos puso inmediatamente de su lado –a mi viejo y a mí– al frente de la vieja Philips del 74, en blanco y negro, cuando se proclamó Campeón del Mundo de los superligeros. Y me acuerdo de Urtáin, Campeón de Europa del peso pesado en los años 70 y de los huevos que le echó Alfredo Evangelista, que aguantó a Muhammad Alí hasta el último asalto y cayó por puntos. ¿Por qué coño Pedro Carrasco, El Marinero de los Puños de Oro, (Campeón de del Mundo de peso ligero en 1971) acabó sus días en la prensa rosa? Y qué decir de Poli (Policarpo) Díaz, Campeón de Europa de peso ligero en el 87, que pasó –como la mayoría en este deporte tan cabrón– de la gloria al lado oscuro.
¿Qué habría sido del boxeo si los diarios de la democracia no lo hubieran expulsado de sus crónicas? Nunca fui a un combate, pero padezco el virus de la mitomanía: Toro Salvaje es mi película favorita y espero ansioso que eBay me mande el número original que Alí hizo para Esquire. Además, siempre soñé con ser speaker: “¡Señoras y señores, en aquel rincón... el Esquire del mes de mayo! ¡Que empiece el combate...!”. Gong.